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¿Y si el crecimiento económico no lo es todo? 

Una reflexión sobre lo que realmente importa

Tiempo de lectura: 12 minutos

IDEA CLAVE

El crecimiento económico (medido por el PIB) no es una medida suficiente del progreso o bienestar de una sociedad.Debemos repensar cómo definimos y medimos el éxito, incorporando dimensiones humanas, sociales y ambientales.

El capitalismo social, basado en cuatro pilares —libre emprendimiento con propósito, dignidad humana, compromiso social y liderazgo humanista—, ofrece una alternativa más completa y sostenible para lograr una prosperidad que realmente importe.

"¿Cómo va la economía?" es una pregunta que escuchamos constantemente. Y la respuesta casi siempre viene en forma de un porcentaje: el PIB creció 2.5%, la economía se expandió, todo va bien. Pero, ¿realmente todo va bien? ¿Es suficiente con crecer para decir que un país está prosperando?

Resulta que cada vez más personas, empresas y países están cuestionando si el crecimiento económico tradicional realmente nos dice toda la historia. Y la respuesta es clara: no, no lo hace.

Es momento de abrir la conversación sobre cómo medimos el éxito de nuestras sociedades.

El PIB: una métrica de guerra que se quedó para siempre

Para entender por qué estamos tan obsesionados con el PIB, tenemos que viajar al pasado. En los años 30, durante la Gran Depresión, Estados Unidos necesitaba urgentemente entender qué tan mal estaban las cosas. Un economista llamado Simon Kuznets creó el concepto de "ingreso nacional" para medirlo.

 

Pero aquí viene lo interesante: el propio Kuznets advirtió que esta métrica no debería usarse para medir el bienestar de una nación. Era solo un número, no la historia completa.

¿Qué pasó entonces? Llegó la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos necesitaban saber cuánto podían producir para la guerra, y el PIB les daba esa respuesta. Después de la guerra, en medio de la reconstrucción y el boom económico, el PIB se convirtió en la métrica del éxito.

Durante décadas, parecía funcionar. Los países crecían y la gente vivía mejor. El problema es que eventualmente empezamos a confundir la correlación con la causalidad. Asumimos que si el PIB crecía, automáticamente todo mejoraba. Y ahí empezaron los problemas.

El dilema: cuando los números suben pero la vida no mejora

 

Aquí está el corazón del problema: el PIB mide cuánto producimos, no qué tan bien vivimos.

 

Pensémoslo así: si hay un derrame de petróleo, el PIB sube. ¿Por qué? Porque todos los gastos de limpieza cuentan como actividad económica. Si se tala un bosque entero, el PIB sube. Si más gente termina en el hospital por enfermedades prevenibles, el PIB también sube por el gasto médico.

 

¿Ves el problema?

 

Estados Unidos es el ejemplo perfecto. Durante décadas, su PIB ha crecido consistentemente. Suena bien, ¿verdad? Pero al mismo tiempo, los salarios reales de la mayoría de los trabajadores se estancaron, la desigualdad se disparó y una porción cada vez más pequeña de la población se quedó con la mayor parte de los beneficios. El pastel creció, pero la mayoría de la gente no recibió una rebanada más grande.

Japón, con una de las economías más robustas del mundo, enfrenta epidemias de soledad y "karoshi", literalmente "muerte por exceso de trabajo". Su economía crece, pero ¿a qué costo humano?

 

Y no se trata solo de casos extremos. La pandemia de COVID-19 nos enseñó algo fundamental: los países que "prosperaban" según el PIB no necesariamente eran los más resilientes. Países con sistemas de salud sólidos, comunidades cohesionadas y confianza institucional enfrentaron mejor la crisis, independientemente de su tamaño económico.

 

Como dijo Robert F. Kennedy en 1968: "El PIB mide todo excepto aquello que hace que la vida valga la pena".

 

Una nueva forma de ver las cosas: más allá de los números

 

La buena noticia es que cada vez más países y organizaciones están explorando formas más completas de medir el progreso. Y algunas de estas iniciativas son realmente inspiradoras.

Nueva Zelanda adoptó algo llamado "Presupuesto de Bienestar". Básicamente, antes de aprobar políticas públicas, se preguntan: ¿esto mejorará la salud mental de la gente? ¿Reducirá la pobreza infantil? ¿Nos acercará a una economía baja en emisiones de carbono? El crecimiento económico es solo uno de varios factores que consideran.

Bután ha llevado esto aún más lejos con su concepto de "Felicidad Nacional Bruta". Miden cosas como bienestar psicológico, vitalidad comunitaria, diversidad cultural y resiliencia ecológica. Puede sonar utópico, pero ha influenciado decisiones reales: desde preservar bosques hasta implementar programas de salud mental.

La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) creó el "Índice para una Vida Mejor", que considera vivienda, educación, medio ambiente, salud, satisfacción con la vida y balance trabajo-vida. Lo interesante es que permite a los ciudadanos decidir qué dimensiones son más importantes para ellos.

Incluso el Foro Económico Mundial ha propuesto métricas que evalúan a las empresas y países considerando su impacto en todos los grupos de interés: trabajadores, comunidades, medio ambiente, no solo los accionistas.

El mensaje es claro: podemos medir el progreso de formas mucho más completas y humanas.

Los cuatro pilares del capitalismo social: una respuesta al dilema del crecimiento

 

Aquí es donde el capitalismo social entra en juego. No se trata de rechazar el crecimiento económico, sino de redefinir qué significa realmente prosperar. Los cuatro pilares del capitalismo social ofrecen un marco para hacerlo.

1. Libre Emprendimiento: crecer con propósito

 

El emprendimiento exitoso ya no se trata solo de cuánto dinero ganas o qué tan grande se vuelve tu empresa. Se trata de qué valor creas para la sociedad.

Empresas como Patagonia, que dona sus utilidades a causas ambientales, o TOMS, que integra el impacto social en su modelo de negocio, demuestran que puedes ser rentable y transformador al mismo tiempo.

En México, cada vez más emprendedores están construyendo empresas que desde el día uno se preguntan: ¿Cómo generamos empleos dignos? ¿Cómo resolvemos problemas reales de nuestras comunidades? ¿Cómo crecemos sin destruir el medio ambiente?

Ese es el libre emprendimiento que realmente mueve la aguja del progreso.

2. Dignidad Humana: la gente no es un factor de producción

 

Aquí está uno de los problemas más grandes del paradigma tradicional: trata a las personas como solamente como medios para un fin.

Un país puede crecer económicamente mientras sus trabajadores viven en condiciones precarias, trabajan jornadas extenuantes y ganan salarios de subsistencia. El PIB lo contabilizaría como crecimiento exitoso. Pero, ¿realmente lo es?

La dignidad humana como pilar nos obliga a preguntarnos: ¿Este crecimiento permite que las personas desarrollen su potencial? ¿Tienen tiempo para sus familias? ¿Pueden acceder a salud de calidad? ¿Viven sin el estrés constante de no llegar a fin de mes?

Si la respuesta es no, entonces algo estamos haciendo mal, sin importar cuánto haya crecido la economía.

3. Compromiso Social: cuando el crecimiento beneficia a todos

 

Uno de los grandes problemas del paradigma tradicional es que ignora cómo se distribuyen los beneficios del crecimiento. Un país puede crecer mientras la desigualdad se dispara y solo unos pocos se benefician.

El compromiso social nos pide medir no solo cuánto producimos, sino cómo se distribuye lo que producimos. ¿Las oportunidades son accesibles para todos? ¿El crecimiento fortalece o debilita nuestras comunidades? ¿Estamos construyendo una sociedad más cohesionada o más fragmentada?

Un crecimiento que concentra beneficios en una pequeña élite mientras el resto apenas sobrevive no es éxito, es fracaso. El compromiso social nos ayuda a verlo claramente.

4. Liderazgo Humanista: pensar más allá del próximo trimestre

 

Vivimos en una cultura de resultados inmediatos. Las empresas reportan utilidades trimestrales. Los políticos piensan en el próximo ciclo electoral. Pero los problemas reales requieren visión de largo plazo.

El liderazgo humanista significa tomar decisiones pensando en las próximas generaciones, no en los próximos meses. Significa reconocer que destruir el medio ambiente para generar utilidades hoy es hipotecar el futuro. Que recortar salarios para aumentar ganancias a corto plazo destruye el tejido social a largo plazo.

Los líderes humanistas en empresas, gobierno y sociedad civil entienden que el éxito verdadero se mide en décadas, no en trimestres. Y que las decisiones de hoy moldean el mundo que heredaremos a nuestros hijos.

Hacia una prosperidad que realmente importe

 

La transición más allá del paradigma del PIB no significa ignorar la economía. Significa ampliar nuestra visión de lo que significa prosperar.

La pregunta ya no es solo "¿cuánto crecimos?" sino "¿cómo crecimos?" y, más importante, "¿para qué y para quiénes crecimos?"

Para México y América Latina, esto es especialmente relevante. Necesitamos crecimiento económico, sin duda. Todavía hay millones de personas en pobreza, comunidades sin acceso a servicios básicos, familias que luchan por salir adelante. El crecimiento económico sigue siendo necesario.

Pero el tipo de crecimiento que perseguimos importa. Podemos elegir un crecimiento que destruye el medio ambiente o uno que lo protege. Uno que concentra riqueza o uno que la distribuye más equitativamente. Uno que explota trabajadores o uno que respeta su dignidad.

El capitalismo social, con sus cuatro pilares, ofrece una brújula para este camino: un crecimiento que empodera emprendedores con propósito, que respeta la dignidad de cada persona, que fortalece el compromiso con el bien común y que es guiado por líderes con visión humanista.

Ese es el crecimiento que realmente vale la pena medir, celebrar y perseguir.

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La Iniciativa Capitalismo Social es un proyecto del CENTRO EUGENIO GARZA SADA. Para mayor información sobre el Centro y sus actividades, da clic aquí

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